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domingo, 26 de abril de 2015

Sato (2006) Horizontes narrativos de la educación ambiental


Tradicionalmente, en los países de cultura cristiana, la llegada de un nuevo año es siempre recibida con esperanzas, confiando en que el calendario gregoriano, cartesianamente dividido en fronteras matemáticas por una mera convención, agotase con sus números las memorias ruines que asolaron el viejo tiempo. Y más en concreto, como si los dilemas surgidos en un determinado período, enmarcado por nosotros en días, años o décadas, se pudiesen apagar con la renovación de las esperanzas para los próximos trescientos sesenta y cinco días. Y los ciclos sucesivos nos hacen creer que los pecados cometidos también serán perdonados en la renovación permanente y lineal del espíritu. Alimentamos este tipo de sueños porque formamos parte de la especie humana. Los antiguos filósofos también se movían a través de las utopías construidas, de las promesas presentes en lo cotidiano de cada oráculo, balcón o calle, sobre verdades válidas para toda la humanidad. Iniciamos, así, la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014), un “tiempo nuevo” bajo la orientación y la tutela internacional de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (UNESCO).   
[…]    Bien, a pesar de arrastrar tantos pecados, es verdad que la Educación Ambiental se está fortaleciendo día a día. Estudiosos, investigadores, miembros de la sociedad civil, escuelas y comunidades, alumbran el compromiso de la construcción de otro mundo posible en y desde la Educación Ambiental. Se incrementan las publicaciones, las titulaciones académicas y la compilación crece en la sucesión de experiencias y vivencias pedagógicas realizadas cada vez con mayor competencia. Podríamos tomar la Educación Ambiental como un deseo de arte. Excitaría las ideas y las emociones de la libertad en movimiento, bañada en luces de color, con las miradas expresadas por estos iconos del lenguaje. Simbólicamente, sería como la “ventana ontológica” de René Magritte, situada entre los paisajes exteriores e interiores en la mixtura de la vida. La moldura de esta ventana representaría un receptáculo con el azul del cielo, el barullo de las olas, la voluptuosidad del fuego y la fertilidad de la tierra. Entre la seriedad de Apolo y los placeres de Dionisio, la Educación Ambiental tomaría la vida como si pudiese emanar del perfume de la noche, en la aceptación fecunda de la oscuridad que recrea, retoma y revisa nuestra obligación ética ante los conflictos sociales y ambientales generados por la crisis de una época. Haríamos como Picasso: el amor por la Educación Ambiental no puede ser completamente abstracto.
Y por esto mismo, la irracionalidad envidiosa no ha aceptado que, incluso con errores, la afortunada Educación Ambiental llegase a triunfar en el mundo de las esperanzas. El camino radical ha sido crear una década entera para eliminarla, sobre las alfombras de aquello que Ventura (1998) aclara respecto a la diferencia entre los celos, la codicia y la envidia: los CELOS son fruto del miedo de perder aquello que poseemos; la CODICIA es el deseo de tener las virtudes ajenas; mientras que la ENVIDIA es desear el aniquilamiento del otro, por el grado de malestar que nos causa su buena estrella. Y sobre la racionalidad mecanicista, el viejo capitalismo se fue maquillando, se revistió de nuevos ropajes y resurgió al mundo sobre el pomposo nombre de “Educación para el Desarrollo Sostenible”. Tal vez con otra denominación, las agencias financieras apoyasen más los proyectos neoliberales que imperan en el mundo de los negocios.   
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Tomado de: Sato, M. (2006). Horizontes narrativos de la educación ambiental. Boletín del Ceneam, julio. 
Accesible en: http://www.magrama.gob.es/es/ceneam/articulos-de-opinion/2006_07sato_tcm7-53023.pdf

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