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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Limón Domínguez, D. (2008): El desarrollo de la autonomía personal desde los procesos participativos -o cómo buscar una mayor calidad ambiental desde una ecociudadanía crítica y responsable-


El ideal de una sociedad liberal se basa en el principio de la libertad personal, es decir, la gente debería ser libre para elegir y tomar decisiones por sí misma. Desde este presupuesto, no podemos consentir que sea posible el no saber lo que es bueno para uno/a mismo/a o que incluso sea preciso que alguien ajeno a nosotros/as nos diga y nos dirija hacia lo que se considera adecuado. Si aceptamos este estado de cosas, estamos justificando un sistema de heterodesignaciones que implica alineación, paternalismo, negación y desigualdad dentro de cualquier proceso político y social. Si no estamos dispuestos a admitir esta situación, nos tenemos que situar forzosamente en la necesidad de defender la esfera de la libertad personal, a la vez que minimizamos ese frente paternalista y sospechoso que conforman políticos, transnacionales y gurús. La pregunta
es, ¿cómo hemos de formarnos para consolidarnos como agentes autónomos que han de tener la oportunidad de elegir de una forma real?, y ¿qué papel debe jugar la cultura colectiva en la conformación de esos sujetos autónomos?  [...]
Para Manzini y Bigues, “la democracia ambiental es el derecho a saber, el derecho a participar y el derecho a corresponsabilizarse” (2000: 64); se trata de un concepto reciente, en relación con la ampliación del concepto clásico de los derechos humanos. La problemática de la democracia ambiental nos remite a la presentación crítica de los déficits y de las insuficiencias de las democracias actuales. La crisis civilizatoria cuestionadora de la supuesta racionalidad del actual modelo de desarrollo, el cual genera cambios globales que amenazan la estabilidad y la sustentabilidad del planeta, ha dado paso a un modo de concebir la problemática ambiental que ha abierto un proceso de búsqueda de soluciones que plantea la necesidad de incorporar un método para pensar los problemas globales y complejos. Siguiendo con este razonamiento, entendemos que el concepto de ambiente ha de incorporar la acción política, así como la tarea de participar en la construcción de una nueva economía caracterizada por los retos de la globalización (Estefanía 1998). La gestión ambiental de un desarrollo alternativo demanda nuevos conocimientos interdisciplinarios y la planificación intersectorial del desarrollo; pero es, sobre todo, una llamada a la acción ciudadana para participar en la producción de sus condiciones de existencia y de sus proyectos de vida. Como señalan Gutiérrez y Prado, “el ciudadano ha de recuperar el control de su vida cotidiana y de su destino económico, social y ambiental” (2001: 15). Hablar de un desarrollo alternativo al actual supone situarnos en un ámbito descentralizado, caracterizado por la diversificación de los estilos de desarrollo y los modos de vida de las poblaciones que habitan nuestro planeta. Desde esta realidad se ofrecen nuevos principios a los procesos de democratización de la sociedad que inducen a la participación directa y a la responsabilización de las diferentes comunidades ante su realidad y ante la calidad ambiental (Cortina 1997; Rdz. Villasante 1995).  [...]
Desde otra óptica, las cuestiones anteriormente señaladas pueden ser contestadas, desde el plano de lo concreto y lo local, a través de las medidas enunciadas en la Agenda XXI Local, en la que se apuesta por la creación de núcleos de intervención participativa -consejos ciudadanos- que, dependiendo del momento y de los objetivos, se podrán dedicar a aportar soluciones para los presupuestos locales, para las obras e infraestructuras, para la educación, etc.; en definitiva, fomentar la participación en todo aquello que tenga que ver con su vida cotidiana como ciudadanos/as. Hacer participar a la ciudadanía es facilitar que ésta tome partido a lo largo de todo el proceso de la toma de decisiones: plantear problemas, elaborar propuestas, deliberar según su conveniencia, implicarse en su aplicación. La crisis ambiental llega a unos límites bastante preocupantes, como nos ponen de relieve indicadores tan evidentes como: contaminación de ríos y mares; contaminación 11acústica, lumínica y del aire; cambio climático; aumento del agujero de la capa de ozono; eliminación de recursos; etc. No obstante, todo esto tiene una repercusión relativa, ya que la apatía de las masas es una verdadera forma de desintegración de la capacidad que tiene la población de generar soluciones. Autores como F. Fdz. Buey y J. Riechmann (1996), T. Romana (1996), E. Leff (1998), llegan a relacionar la crisis ambiental con una crisis civilizatoria derivada del abandono de la responsabilidad política por parte de la sociedad. Esto da lugar a que quienes detentan el poder lleven a cabo actuaciones en función de intereses particulares, si bien suelen disfrazar estas acciones al intentar confundir sus propios intereses con el interés público. 
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Proponemos desde aquí, atendiendo a la demandas de los diferentes encuentros internacionales, unas respuestas educativas que conllevan una actitud estratégica para valorar diferentes formas de pensar y actuar. Siguiendo a T. Romana (1996), vamos a describir tres variantes éticas, más o menos implícitas en los discursos ambientales actuales: la tecnocientífica, la ecologista y la romántica radical. 
La primera variante ética (tecnocientífica), es la que está presente en las sociedades desarrolladas. Defiende una forma mercantilizada de relación con la naturaleza y, por tanto, la introducción de las correcciones técnicas que sean necesarias en función de los problemas generados en tal relación. El referente básico desde la Educación Ambiental es la conservación de la naturaleza (Colom, A. J. y Sureda. J.: 1989) y desde la ética, es la idea de responsabilidad. 
La segunda variante (ecologista), está presente en los movimientos sociales ecologistas y centra su discurso en la idea de que los problemas de la naturaleza son una consecuencia de las estructuras sociales que generan injusticias y desigualdades entre los seres humanos. El reto de la Educación Ambiental, desde esta perspectiva, es preparar a las personas para una integración crítica y participativa en la sociedad. Este planteamiento es esencialmente político y se desarrolla desde el llamado ecologismo social. 
La tercera y última variante (romántica radical), entiende que la naturaleza sería prioritaria al mundo de lo humano social. El valor fundamental es el biocentrismo, es decir, el postulado de partida de la llamada ecología profunda, con un retorno al orden natural de las cosas. Esta variante pretende adaptar el modelo occidental más lineal al mito oriental del eterno retorno, dotado de un carácter más cíclico. 
Todo lo que hasta aquí hemos expuesto podría ser, en cierto modo, resumido bajo el término holismo moral, que no es más que una interpretación radical de la expresión el todo es más que la suma de las partes. Desde esta óptica, es necesario incluir en la Educación Ambiental, el cultivo de valores estéticos, la sensibilidad emocional frente a la naturaleza. Estas tres variantes éticas no hacen fácil la elección educativa a seguir, puesto que depende de múltiples factores técnicos, personales, colectivos y políticos. Dicha elección hemos de hacerla participando desde la realidad vivida en la búsqueda de acuerdos personales y colectivos sobre el medio ambiente en su integridad.
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Tomado de: Limón Domínguez, D. (2008): La Perspectiva de Género y el Desarrollo de la Autonomía Personal desde los Procesos Participativos: una Experiencia con la Infancia y Juventud de Sevilla. En: Aula verde. 2008. Núm. 33. Pag. 12-14 

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