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jueves, 21 de noviembre de 2013

Vargas (2009): Elementos para la consideración de una ética ambiental

(...) Las alternativas éticas al autoposicionamiento del ser humano en el centro remiten a perspectivas que sitúan en el centro la vida en general (biocentrismo), la vida sensitiva (sensocentrismo), o el conjunto de los seres naturales (ecocentrismo).
La perspectiva biocéntrica, conocida también como ecología profunda, o ética de “veneración por la vida”, parte del principio de que la vida en sí tiene un valor moral intrínseco, es decir, conservar y promover la vida es algo bueno y deseable en sí mismo, y no un medio para fines utilitarios. De este presupuesto se sigue el deber de respetar toda forma de vida, porque los biocentristas extienden la agencia moral a todos los seres vivientes, según una concepción moral que está próxima a la religión y el misticismo. El universo se concibe como una unidad metafísica, de la que participan todos los seres naturales. La existencia de todo ser está en función de su propia autorrealización, que consiste
1965), un antecedente fundamental de la ética biocéntrica, sostiene con estas palabras la equivalencia moral de toda forma de vida: “La ética consiste en (…) que yo experimente la necesidad de practicar la misma veneración por la vida hacia todo deseo de vivir, que hacia la mía propia. (…) Es bueno mantener y amar la vida; es malo destruirla y detenerla” (Citado en Singer, 1995:347).
La vida en sí es dotada del carácter de lo sagrado, y por ende, todo ser vivo debe ser reconocido como sujeto moral. La veneración por la vida es ilustrada por Schweitzer de la siguiente forma:
(El hombre ético) “no arranca una hoja de su árbol, no rompe una flor, y tiene cuidado de no aplastar a ningún insecto al andar. Si trabaja a la luz de una lámpara en una noche de verano, prefiere mantener la ventana cerrada y respirar aire sofocante, antes que ver cómo caen en su mesa un insecto tras otro con las alas hundidas y chamuscadas” (Loc.cit)
(...) La racionalización moderna del mundo ha tenido como consecuencia la extensión y absolutización de la racionalidad instrumental en ámbitos de convivencia donde el discurso tiene otros intereses, y está sustentado por una racionalidad no instrumental, es decir, no orientada hacia el dominio técnico de objetos, sino hacia la sociabilidad y la convivencia posibles.
Pero incluso en el ámbito de los procesos de producción, la racionalidad comunicativa no debe estar ausente, si la producción se entiende como el resultado de la interacción con un medio que no es puramente objetivo. La condición indispensable para toda comunicación es la consciencia de hallarse ante un interlocutor posible, esto es, un ser dotado de vida autónoma. Asimismo, la negación de vida y autonomía es condición necesaria para implementar acciones de dominio sobre la realidad objetiva. En este punto conviene recordar la formulación kantiana del imperativo categórico: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio” (Kant, 2002:116).
La máxima nos hace advertir que en el contexto de la interacción, y por la naturaleza social del ser humano, el prójimo se nos presenta como medio, e inevitablemente debemos asumirlo como tal, en función de nuestros intereses. Pero que el prójimo no es sólo un medio, sino además un fin: la necesaria mediatización del prójimo está limitada por la dignidad de su naturaleza como fin, y el respeto en las relaciones humanas se mide por el reconocimiento de esa dignidad.
(...)

Tomado de:  Vargas, R. (2009). Elementos para la consideración de una ética ambiental . Trama (2) 1, julio.
Accesible aquí.


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